Santo Sepulcro  

 

       La escena representa el momento en el Cristo Yacente es está siendo depositado sobre el sepulcro por José de Arimatea y Nicodemus, mientras que María intentar acariciar a su Hijo, San Juan arrodillado sujeta la mano a la mano izquierda de su Maestro, y María Magdalena, igualmente de rodillas observa la escena con gran tristeza.

 

Evangelios e Iconografía

 

(Marcos, Juan, Mateo, Lucas, I Corintios, Jean-Paul Roux).

 

De esta forma, en los textos bíblicos y agnósticos se relata ese doloroso momento con ciertos matices diferentes y sin demasiados detalles, pero de dónde se puede extraer globalmente cómo aconteció este hecho histórico. Y así comenzó poco después de la muerte de Jesús, cuando José de Arimatea, un hombre rico, bueno y justo, e ilustre consejero del Sanedrín, que era seguidor de Jesús aunque con cierto secreto por temor a los judíos, se presentó a Pilatos para pedirle el cuerpo de Jesús ya que tenía más fácil acceso a los poderosos por su condición; aunque por entonces, los condenados, sobre todo los crucificados, no solían ser sepultados; pero el procurador romano le concedió el cuerpo y, se sabe por San Juan solamente que, llegó también Nicodemo llevando una mezcla de mirra y áloe.

 Era tarde y el sábado estaba a punto de comenzar, por lo que habría que actuar deprisa. José bajó a Jesús de la cruz, y “le envolvió en la sabana y le depositó en un monumento que estaba cavado en la peña, y volvió la piedra sobre la entrada del monumento” con ayuda de Nicodemo. Antes de depositarlo en el sepulcro, lo ungieron rápidamente para la sepultura, ya que los judíos no momificaban al muerto y tampoco se hacía incisión alguna en el cuerpo, aunque sí lo lavaban cuidadosamente, lo sumergían en valiosos ungüentos y derramaban perfumes sobre él, si bien todos estos cuidados no impedían la descomposición de la carne. Tomaron pues el cuerpo “y lo fajaron con andas y aromas”.

 

A partir de esta exposición, la iconografía de esta escena se basa en pocos detalles relatados, pero la riqueza compositiva e imaginación aportada por los artistas han garantizado el éxito de esta obra.  

 

Generalmente, el Santo Entierro ha reunido a los cinco personajes que debieron encontrarse en ese momento junto al cuerpo de Jesús, como son la Virgen María, María Magdalena, San Juan y los portadores sepulteros, José de Arimatea, y Nicodemus; siguiendo un protocolo establecido desde antiguo, y de conformidad con el grado de importancia y santidad atribuido a cado uno, los cuales transportan el cuerpo de Cristo envuelto en el sudario o puesto en él, como en una hamaca, hacia la entrada del sepulcro.

 

            Por otra parte, esta representación está determina por la acción física que condiciona la actitud de los diferentes personajes, dónde los portadores, encorvados o tensos por el esfuerzo, se inclinan a uno y a otro lado del cuerpote Cristo; como así aparece en algunas obras relevantes, como la de Rafael en 1507 en Roma, y las de Tiziano de 1525 en Paris, y la de 1566, cuya versión más bella aún, muestra a Cristo siendo depositado en el interior de un sarcófago con un movimiento bellísimo.

 

            Sin embargo, en otras ocasiones, el cuerpo de Cristo es depositado sobre la losa del sepulcro, disponiéndose los dos portadores, José y Nicodemo, a una y otra parte del cadáver, quienes junto a la Virgen y María Magdalena, forman una guirnalda de rostros trágicos sobre el cuerpo rodeando a Cristo.

 

            Por último, es necesario citar grandes obras escultóricas relativas a este tema escultórico, como la de Juan de Juni, o la Sagrada Mortaja de Cristóbal Pérez, que son antecedentes a la impresionante obra de González Moreno.

 

 

Obra escultórica

 

En concreto, el Santo Sepulcro de Murcia fue realizado en 1941, en plena crisis de posguerra, tras la convocatoria de un concurso donde participaron numerosos escultores de la Región y otras provincias españolas, y cuyo encargo logra González Moreno bajo el mandato del presidente, Don Carlos Aransay, al precio acordado de setenta mil pesetas.

 

Una vez concluida esta obra, se bendijo el 8 de abril de 1941 en la Iglesia de San Bartolomé y Santa María de Murcia, con un reconocimiento general por su valía artística.

 

El grupo escultórico tallado está formado por imágenes de tamaño natural, en madera policromada y estofada, que representan el momento preciso del depósito del cuerpo del Redentor en el sepulcro, sujetado por José de Arimatea, mientras María, su madre, aparece destrozada junto a su Hijo en un intento de acariciarlo, y San Juan apenado se dirige hacia Jesús a quién le recoge la mano, al tiempo que María Magdalena cae abatida al suelo, y Nicodemo se arrodilla ante esta dolorosa escena.

 

Cristo Yacente

 

Concretando aún más en la calidad y detalles que aportan cada una de estas esculturas, Cristo como eje principal y protagonista indiscutible aparece centrado en la escena, con un estudio anatómico exquisito tratado con naturalidad y una policromía adecuada de un cuerpo yacente, destacando un rostro sublime de infinita paz. Sus medidas son: 1’60  x 0’75 x 0’90 metros.

José de Arimatea

 

Se encuentra de pie tras el cuerpo de Jesús al que sujeta gracias a la sábana blanca mientras lo deposita sobre la losa. Vestido a la usanza hebrea, con turbante en la cabeza y túnica de color ocre, calza botines. Un tanto girado hacia el ángulo derecho, dirige una triste y piadosa mirada a María quién acaricia a su Hijo. Tiene unas medidas de 1’70 x 0’42 x 0’50 x 0’70 metros.

 

 

Nicodemus

 

En el lado opuesto, Nicodemus sujeta el otro extremo de la sábana a los pies de Jesús, apareciendo encorvado y semiarrodillado por el esfuerzo del acto. Su rostro es muy realista y marcado por la madurez del personaje identificado por su cabello canoso y calvicie avanzada, al que se compara con un romano de los siglos I y II. Va vestido con túnica de color granate, cíngulo ceñido a la cintura y manto azul claro. Mide 1’38 x 0’58 sin peana.

 

La Virgen

 

A la derecha de Cristo, la Virgen permanece de pie inclinada ligeramente para acariciar con inmensa ternura la cabeza de su Hijo. De belleza clásica, su rostro refleja una gran tristeza, acentuada por su mirada y boca entreabierta, al tiempo que se acerca la mano derecha a la cara. Viste con túnica rosa ceñida a la cintura, tocada en color ocre, y manto azul con cenefa dorada. Sus dimensiones son 1’73 x 0’85 x 0’38 x 0’60 metros. A opinión del estudioso Sánchez Moreno es la mejor escultura del conjunto escultórico.

 

María Magdalena

 

Sin embargo, más alejada de Jesús se sitúa María Magdalena arrodillada junto a San Juan, con claras muestras de dolor en el rostro y disposición de las manos que expresan ese dramatismo latente al acercarse su mano derecha hacia corazón con una de las esquinas del sudario blanco prendido mientras la otra es extendida hacia atrás creando un mayor movimiento y vigor a su personaje. Su cabello castaño posee largas y onduladas guedejas, y viste túnica oscura y manto dorado con cenefa floreada y dorada. Mide 1’16 x 1’04 metros sin la peana.

 

 

San Juan Evangelista

 

Por último, el discípulo amado aparece semiarrodillado junto a su Maestro y mira la escena de Jesús y su Madre, al tiempo que con la mano derecha sostiene el brazo inerte de Jesús. Su rostro imberbe y larga melena presenta al joven discípulo en su iconografía más típica, aunque difiere en la vestimenta ya que porta capa roja, cíngulo rojo a rayas, y túnica verde. Las medidas son 1’63 x 0’44 x 0’81 x 0’73 metros.

 

Definitivamente, la composición resulta espectacular en la talla y riqueza cromática, pero no fue la única vez que el escultor González Moreno tallara esta escena, sino que en Cartagena y Albacete volvió a repetir este momento bíblico con logrado éxito y ciertos matices que las diferencian e identifican claramente. El Santo Sepulcro para la Catedral de Albacete fue realizado en 1945 para la Cofradía de los Caballeros del mismo nombre, y cuya escena está compuesta por menos esculturas dónde solamente aparecen San Juan, como personaje principal del grupo, María y María Magdalena; y en 1959 para Cartagena ejecutó para la Cofradía Marraja esta increíble escena como última representación de esta temática, compuesta por seis esculturas, que resulta una de sus más destacables obras.

 

Texto y fotografías aportados por Antonio Barceló.

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